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José Pedro Hernández |
Cada 21 de mayo los chilenos volvemos la mirada al mar, a la historia y al rostro decidido del comandante Arturo Prat. Su arenga, grabada en la memoria colectiva, resuena como un eco imborrable, "¡Muchachos! la contienda es desigual, ¡pero ánimo y valor! Nunca se ha arriado nuestra bandera ante el enemigo y espero que no sea ésta la ocasión de hacerlo… Os aseguro que mientras yo viva, esa bandera flameará en su lugar…"
Prevost no es un extraño para América Latina. Fue misionero durante años en Perú, donde llegó a ser obispo de Chiclayo. No se refugió en los pasillos del poder ni en las paredes de las catedrales.
Bajo la dirección de fray Camilo Henríquez, sacerdote, escritor y político, La Aurora se convirtió en la voz de la patria naciente. Semana tras semana, sus páginas ofrecían un espacio para el debate político y económico, noticias, e incluso reflexiones sobre salud pública, temas cruciales para la construcción de un nuevo país. Aunque su público lector se limitaba principalmente a la élite letrada, su influencia fue significativa, alimentando el espíritu independentista entre la poderosa aristocracia criolla.
La Navidad, esa festividad que nos reúne en torno a la familia y la ilusión, tiene una historia rica y fascinante en Chile. Mucho antes de la llegada del Viejito Pascuero y los brillantes árboles adornados, esta fecha criolla tenía un sabor distinto, un aroma a campo y un sonido de villancicos mezclados con el bullicio de las fondas.