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Antonia Anastassiou |
Todas los seres humanos tenemos el potencial y una capacidad increíble de aprender. La ciencia asegura que incorporar el aprendizaje como una práctica de vida no solo limitada a la educación formal, sino también a experiencias informales y autodirigidas, entrega numerosos beneficios para nuestras funciones cognitivas, el bienestar emocional y el desarrollo de distintas habilidades. Por eso, es fundamental adquirir desde niños una cultura de aprendizaje que nos ayude a incorporar conocimientos de manera continua como herramienta esencial para el progreso individual y colectivo.
Es cierto, todos somos creativos porque se trata de una cualidad inherente al ser humano. La pregunta que viene a continuación es ¿Cuántas personas son conscientes de este potencial? ¿Cuántos hacen algo concreto por cultivar su propia potencia creatividad? ¿Hasta dónde puede llegar esa capacidad creadora con el impulso necesario?
En la encrucijada de la educación actual, enfrentamos un desafío transformador. Según el estudio de la Unesco, "Replantear la Educación: ¿Hacia un bien común mundial?" (2015), debemos reorientar la educación para beneficiar no solo a los individuos, sino también a la sociedad y al planeta. Este informe destaca la urgencia de adaptar las prácticas educativas para satisfacer las necesidades de una generación joven, la más informada y conectada de la historia, en un mundo que cambia rápidamente.
En un mundo cada vez más interconectado, la colaboración se ha convertido en una herramienta poderosa para abordar desafíos sociales y culturales.