Sr. Director,
Como médico y formador de nuevas generaciones de profesionales de la salud, observo con preocupación —pero también con sentido de urgencia— los hechos que han salido a la luz, donde se evidencia el uso indiscriminado y fraudulento de licencias médicas. Esto, por parte de un grupo reducido de profesionales, muchos de ellos validados en el país bajo estándares poco exigentes.
Este fenómeno no solo afecta al sistema de salud en términos económicos; daña también la imagen de una profesión que, por esencia, debe sustentarse en la confianza social. Frente a esto, quienes tenemos la responsabilidad de formar médicos debemos asumir un rol activo y propositivo.
Desde la academia, respaldamos las medidas orientadas a aumentar las exigencias del examen de validación profesional, y limitar el número de veces que puede rendirse. No se trata de cerrar puertas, sino de asegurar que quienes ingresan al sistema sanitario nacional posean no solo los conocimientos clínicos necesarios, sino también un compromiso real con la ética médica y el bien común.
Las facultades de Salud deben hacer de la formación ética una prioridad y no limitarla a un módulo aislado, sino un eje formativo transversal desde el primer año. Los estudiantes tienen que ser exigidos y evaluados no solo en su capacidad diagnóstica, sino en su criterio moral, su capacidad de reflexionar sobre el acto médico y su responsabilidad frente a los pacientes y al sistema de salud.
Es fundamental que las autoridades sanitarias, las entidades fiscalizadoras y los organismos colegiados trabajen de forma coordinada para evitar que se repitan situaciones como las que actualmente investiga la Contraloría.
La confianza en la medicina se construye día a día, en el aula, en los campos clínicos y en la consulta. Y esa confianza requiere estándares altos, coherencia institucional y una mirada ética que trascienda lo técnico.
Dr. Luis Jaime Gaete,
Vicedecano Facultad de Salud,
Universidad Autónoma de Chile