El Síndrome de Hubris

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Pablo Valenzuela

El ser humano, como todo ser vivo, debe adaptarse a su entorno y formar parte de un ecosistema que lo proteja para preservar su supervivencia. Lo vemos en las distintas especies que habitan nuestro planeta, tanto animales como vegetales y microorganismos en general.

El proceso evolutivo a que hemos estado expuestos por millones de años nos ha ido dejando una huella que, año a año, se va nutriendo de su historia reciente para ir acumulando una serie de aprendizajes que condiciona, de alguna manera, la resistencia a los avatares que impone el misterio de la vida. Sin embargo, no basta con dejarse llevar por los acontecimientos que surgen por azar o provocados por alguna fuerza que no controlamos.

Lo maravilloso de todo y sin tener ninguna información ni capacitación al respecto nace de forma espontánea como si estuviera grabado en nuestro ADN la capacidad de adaptación con el único propósito de mantenernos vivos. Pero dicha adaptación, no necesariamente es virtuosa, lo que trae una serie de consecuencias que van dibujando el destino de cada ser vivo. Así lo vemos en los vegetales que al recibir menos agua deben transformarse o sucumbir y morir. Los animales, por efecto del cambio climático comienzan a movilizarse de un lado a otro hasta encontrar el ambiente más propicio para establecerse y desarrollarse.

El ser humano, por su parte, también es presa del medio ambiente, pero sobre todo de su propia incompetencia. De creer que puede resolverlo todo sin necesidad de conectarse con su entorno. Es el síndrome de hubris, una característica de personalidad y del momento en que una persona alcanza una posición social y de poder que lo hace adicto a él mismo, comportándose con soberbia y arrogancia, hasta que se encuentra en un callejón sin salida. De alguna manera, ese personaje fui yo.

Los síntomas que aparecen en este tipo de personajes son propios de ser tratados por psiquiatras o sicólogos. En mi caso fue la Fundación Emprender. Un lugar donde llegué sin buscarlo ni pedirlo, me tendió un puente entre mis ideas y obsesiones con mi entorno inmediato. Me sentí al final y al inicio de la fila. Escuché y me escucharon. Me mostraron mi realidad a través de muchos espejos. Fue una experiencia reveladora. Tomé conciencia de mi existencia y de mi propósito. Estuve tres años en ese proceso.

Desde hace 18 años estoy vinculado con la Fundación Emprender, facilitando grupos empresariales para ayudar a tender puentes entre la obsesión personal y la colaboración colectiva para hacer de nuestras vidas un lugar que valga la pena vivirla. Un rol que me ha permitido desplazar mis fronteras más allá de lo imaginable.


Pablo Valenzuela, 

Empresario y facilitador en Fundación Emprender

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