Cuatro siglos

|

Luis Riveros

Se dice que mientras más atrás se pueda mirar hacia el pasado, es más posible poder observar con perspectiva el futuro lejano. De alguna manera, se trata de lograr, a través de la mirada al pasado, una visión de lo que nos espera. Por lo mismo debe considerarse lo importante que esto es en el caso de instituciones republicanas de larga data como es la Universidad de Chile, especialmente en los días de incertidumbre que hoy dominan al mundo y a nuestra patria. No es caprichoso que se le denomine institución permanente de la república, que ha de permanecer allí a pesar de los embates del oleaje que causan las decisiones de corto plazo. Por eso, preguntarnos sobre los orígenes de la institución republicana por excelencia, basamento firme de nuestra nacionalidad, permite reflexionar sobre el futuro y el devenir que le pueda espera para la institución universitaria en medio de los cambios que se aventuren en la sociedad chilena.

El 19 de Agosto de 1622, y luego de un largo trámite ocurrido en el Consejo de Indias en Sevilla, se recibió en la Capitanía el breve que daba vida a la primera universidad chilena, establecida ella en el convento de Santo Domingo. En solemne ceremonia acaecida en el templo, concurrieron a ella autoridades civiles y eclesiásticas, leyéndose allí el privilegio del Papa Paulo V que autorizaba la creación de la nueva institución, invistiéndose al primer rector de una universidad en tierra chilena, fray Martín de Salvatierra. En la universidad así creada se enseñaría filosofía y teología con participación de oficiosos académicos, miembros del convento avecindados ya en la capital de la Capitanía General. Esta universidad conventual tendría una más bien larga vida, puesto que sólo en 1747, se instalaría la primera universidad real, llamada de San Felipe, mostrando así que el poder colonial se preocupaba de esta dimensión de la colonización al terminar con la universidad conventual para transformarla en una universidad creada y financiada por la Corona. Esta nueva universidad incorporaría otras materias a la enseñanza, destacando medicina, ingeniería y derecho. La vida de la Universidad Real de San Felipe, como sabemos, terminó con la creación de la Universidad de Chile en 1842, hecho ocurrido luego de un período de grandes incertidumbres debido al proceso de independencia y consolidación de la institucionalidad republicana. La nueva universidad (llamada en sus orígenes “del Estado de Chile”) se iniciaba con cinco facultades : derecho, filosofía, ingeniería, medicina y teología. Con el brillante empeño de Andrés Bello y de quien fuera, de hecho, el segundo rector, Ignacio Domeyko, la nueva universidad se consolidaría contando con el fuerte respaldo del Presidente Montt, durante sus primeros años de vida, contrarrestando los esfuerzos contrarios al proceso de creación de la nueva Universidad, la cual se iría consolidando a lo largo del tiempo, como previsto por Montt y Bello.

La Universidad de Chile, republicana por excelencia, que acaba de cumplir 180 años de vida, tiene antecedentes históricos de gran trascendencia que la proyectan a un pasado de 400 años. Cuatro siglos de vida de la universidad en Chile, a partir de la fundación de la primera universidad en 1622, fecha recordada por una placa instalada en el propio Convento de Santo Domingo en Santiago. Pero más que un recordatorio sobre los años mecánicamente transcurridos, la ocasión llama a reflexionar sobre la vida permanente de la institución universitaria, por encima de los cambios políticos y del régimen de administración de ella misma. Razón tiene el Instituto de Chile para invitar a un coloquio conmemorativo con motivo de la celebración de estos 400 años de la universidad en Chile. Razón también para reflexionar sobre la permanencia en el tiempo de la institución universitaria, que se transforma así en un ancla importante en el contexto de nacionalidad y república.


Prof. Luis A. Riveros 

europapress