Nadie sabe para quien trabaja

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Enrique Goldfarb (columnista)El tema de las 40 horas, proyecto de ley PC que busca reducir en 11% el máximo legal que un empleador podrá exigir que trabaje un empleado suyo, da que pensar, y mucho. En suma, pienso que es la negación de la racionalidad.

Hay gente de izquierda que se salva (en esta materia). Los ex ministros de Hacienda Rodrigo Valdés y Manuel Marfán advirtieron de las graves consecuencias sobre el empleo de esta iniciativa. Se reafirma que lo que buscan los comunistas es la destrucción del sistema para reemplazarlo lo que ni ellos saben cómo.

Porque basta ver con atención las noticias para darse cuenta que el futuro no muy lejano de la humanidad es de una tecnificación sin precedentes que desplazará al máximo el trabajo humano. Ya hay autos que se manejan solos y la inteligencia artificial está dando muestras de un potencial increíble, hasta bordear el límite de que los fierros puedan adquirir sentimientos. En suma, Homo Deus, como bien lo describe en su magnífico libro Yuval Harari.

Entonces y para comenzar con la parte fácil, si el trabajo no es divisible, y si obliga, para hacer una determinada labor, contratar más personas, la baja en las remuneraciones no será solo una reducción de 11% sino mucho más, ya que haría necesario contratar personas que o trabajan o 40 horas o nada, ya que no admite flexibilidad. Si además está en el límite del salario mínimo, entonces o la actividad se mecaniza o desaparece. Aquí la diputada Camila Vallejo podría anotarse otro porotito en su afán destructivo si lanza otro proyecto que eleve el salario mínimo.

Porque la legislación del trabajo existe justamente para que la ley (el Estado) fije condiciones laborales en “protección “del trabajador, alejando la posibilidad de flexibilidad o incluso voluntad de las partes, cuando el mundo, no ya venidero, sino el que ya está entre nosotros, hace de la diferencia y discriminación, una necesidad para salvar en todo lo que se pueda el trabajo humano.

En esta parada están los inconscientes trabajadores que creen que las cosas son gratis y que pueden salir de esto ganando lo mismo y trabajando menos. A su lado y avivando los resentimientos, están los populistas que creen hacerse de unos votitos más, o los siniestros planificadores de un sistema al que el mundo le ha dado la espalda.

Los empresarios están en picada contra el sistema. Uno se pregunta ¿por qué? Salvando la ingrata parte de los despidos, les daría un pretexto para avanzar fuerte en la mecanización y ahorrarse malos ratos con las relaciones laborales. No serán ellos los que más pierdan en el corto plazo. Pero la razón de fondo, la intuyan o no, es que los países tienen que adaptarse a la tecnificación extrema, con un esfuerzo muy grande en capacitación y desarrollo de las personas en distintas habilidades. La gente necesita, si o si, poder ser empleada o autoempleada en condiciones que no sean de miseria. Si no lo hacen, tendría consecuencias políticas muy graves, que harían que la sana democracia liberal no fuera más que un pasado que ya fue.   


Enrique Goldfarb

europapress