|
Max Amenábar |
Cada 22 de abril, el Día de la Tierra nos ofrece una oportunidad para detenernos y observar —con algo de distancia crítica— cómo estamos habitando y gestionando nuestro entorno. En un país como Chile, donde la crisis hídrica se ha transformado en una realidad persistente y ya no excepcional, este ejercicio se vuelve aún más urgente.