Los procesos eleccionarios deben ser no sólo instancias para recoger el pronunciamiento popular sino también ocasiones propicias para incrementar la educación cívica en la ciudadanía. Demás está decir que esto último es particularmente relevante en el caso de niños y jóvenes, quienes tienen poca opción de informarse en el propio sistema educativo respecto de deberes y derechos ciudadanos. Las elecciones deberían ser garantía de una institucionalidad firme, basada en el respeto a los procesos que dan lugar a la designación de autoridades, y donde se generen los espacios para debatir propuestas. Contradictoriamente, lo que estamos presenciando en estos días de fines de campaña presidencial y parlamentaria, sugiere que ocurre totalmente lo contrario: se destruye o resiente severamente el pronunciamiento democrático, se desprestigian instituciones como el Congreso Nacional y el propio gobierno, se avanza hacia un total desapego de la institucionalidad y se construye un terreno fértil para el anarquismo. Poco se discute acerca de ideas constructivas, en un país que necesita enfrentar desafíos muy serios en los próximos años, que seguramente no contarán con un mapa de ruta bien diseñado. Abundan las afirmaciones y promesas populistas, que no sopesan muy bien, premeditadamente, el escenario de costos y beneficios de las acciones propuestas. En el parlamento, por otro lado, seguramente abundarán personas con poca vocación de servicio y una pobre dotación en materia de política pública, pero si con muchas expectativas de poder y de ingresos; serán muchos representantes para una nueva farándula vacía de contenidos y de ideas constructivas para el país.
Por supuesto no todos serán así. Hay personas serias que tienen opiniones fundadas sobre el Chile actual y aquél al que deberíamos aspirar. Pero como hemos observado en los últimos años, se echa de menos un parlamento que enfoque los problemas de Chile proactivamente, lejos de la búsqueda de titulares noticiosos y de los ideologismos y más cerca de un diagnostico meditado y capaz de producir diálogo en torno a las mejores vías de salida. Los problemas de Chile no son menores, y necesitan una mirada de largo plazo en materias tan trascendentales como educación, salud, previsión, y una fuerte mirada nacional respecto al urgente problema de la inmigración ilegal y el control del delito. Estas cosas requieren acuerdos sustentables y con mirada al largo plazo. En educación, por ejemplo, el cortoplacismo puede hacer un tremendo daño en lugar de buscar caminos para un ideal a ser concretado en una década o más. Esto requiere diálogo y una mirada informada por parte de los hacedores de las leyes. Pero también requiere una conducción de gobierno inspirada en una visión nacional, efectivamente de encuentro y diálogo, lejos de las controversias desgastantes del día a día que lleva un gobierno abanderizado y no sinceramente nacional. Toda esta confluencia de condiciones marcarán la posibilidad cierta de volver a ser un país exitoso tanto en el ámbito económico como en el social y político. En realidad, el debate debería estar centrado en los niños y jóvenes, para enfocarse en el Chile del mañana y salir del cortoplacismo que nos está aplastando. Para eso, se precisa políticos de jerarquía, como bien lo enseña la historia de Chile.
En definitiva, necesitamos mejores políticos y un debate constructivo para sacar a Chile adelante.
Prof. Luis A. Riveros
Universidad Central