​La peligrosa jugada del Banco Central: ¿el último estertor de una economía moribunda?

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Rodrigo Barcia


El Banco Central ha colocado la friolera de 25 mil millones de dólares para apuntalar el peso. Hay poderosas razones técnicas para estimar que ella no es una buena medida. Naturalmente que un dólar a 1.000 pesos, o sea, una fuerte devaluación del peso, es algo que, en principio, no es deseable. Ello fundamentalmente por dos poderosas razones. La primera es que dicha fuerte avaluación del dólar se genera en un momento en que la inflación de por sí está desatada (un dólar alto aumentará la inflación vía precios de productos importados), pero, además, como segunda razón está que la avaluación del dólar deprimirá fuertemente el mercado interno (salvo al sector exportador) ad portas de una muy probable recesión mundial. Hasta acá entonces se justifica plenamente la intervención “de banda sucia” del Banco Central (así se denominan estas operaciones).

Sin perjuicio de lo anterior, esta es una mala decisión por las siguientes razones. La primera es que sólo tiene sentido detener la caída del peso (es decir, intervenir) si dicha caída no está de acuerdo con los fundamentos de la economía. Y al parecer el tipo de cambio sobre 1.000 pesos es el nuevo equilibrio cambiario para nuestra economía dadas dos razones. La primera es la anticipación de una recesión. La forma de salir de una recesión es precisamente deprimir el gasto y enfocar la economía hacia la exportación, que es precisamente lo que debería generar una sobre avaluación del dólar y una depreciación del peso. En otras palabras, la depreciación del peso no es más que una consecuencia de nuestra nueva realidad económica. Si ello es así, entonces el quemar US 30.000 millones (el Ministerio de Hacienda ya estaba liquidando US 5.000 millones) no tiene ningún sentido. Naturalmente que en caso de el país contara con una gran cantidad de reservas en dólares podría tratar de pasar el mal momento de la economía internacional, inyectando dólares hasta que el tipo de cambio se estabilice. Pero hay dos razones para no hacer esto: primero es que Chile no posee las reservas necesarias para mantener esta política, ni siquiera al corto plazo (esta intervención sólo aborda 2 meses y algo, del lunes 18 de julio y hasta el 30 de septiembre de 2022), y las reservas son a junio de 2022 (es decir, antes de la intervención) de sólo US$ 46 mil millones aproximadamente. La segunda razón es que parte de la inflación y el deterioro de la economía chilena se debe a las malas políticas macroeconómicas -atrás quedó el tiempo en que éramos acreedores netos del resto del mundo-, la fuerte incertidumbre institucional y pérdida del orden público en que quedó sumido el país a raíz de la crisis de octubre del 2019. Esto no cambiará ni siquiera al mediano plazo, por lo que nuestra economía debe caer, para así hacernos más baratos para atraer inversión, y poder recuperar la economía del país. En pocas palabras, el ser un país con un orden público e instituciones tan debilitadas tiene incidencia en la economía.

Asimismo, cabe preguntarse si esto es así a qué se debe la decisión del Banco Central, y no creo que se pueda descartar las fuertes presiones del gobierno frente al plebiscito de septiembre. Aparentemente, lo que está haciendo el gobierno, y ahora el Banco Central (con una autonomía debilitada), es diferir las duras repercusiones de un ajuste vía tipo de cambio, y diferirlo para después del plebiscito. Esto además explica que la creciente presión alcista sobre el dólar se mantenga y fomente en la medida que nos acerquemos a septiembre.

Finalmente, quemadas las reservas el futuro no se ve promisorio ni para el país, ni para el gobierno.


Rodrigo Barcia Lehmann.

Prof. Dr. en Derecho y mag. en economía

Universidad Autónoma de Chile 

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