Triunfo de la vida

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Luis Riveros

Los días que corren son de grave infortunio para el humanismo, el respeto a la vida y la necesidad de construir un mundo con seguridad y opciones de vida digna para todos. Algo nos pasa como humanidad que hemos empezado a observar actos, verdaderos delitos, contra la vida de los demás, envolviendo destrucción y dolor por doquier. Avanzamos de vuelta a la barbarie, no obstante el progreso, el conocimiento y la tecnología que hemos podido desarrollar como humanidad para construir días mejores. Sin embargo, hoy ya no inquietan grandemente los sucesos en Ucrania, por ejemplo, acostumbrados como estamos a observarlos como un verdadero “reality” impulsado por los medios de comunicación. En verdad, estos sucesos duelen más por los efectos que tendrán en el consumo futuro, que por las vidas sacrificadas, por el horror de la destrucción material y las poblaciones amenazadas de muerte. Similarmente, hace pocos días, después de un partido de futbol en México, ocurrió una verdadera batalla campal, con un resultado insólito: cerca de 25 muertos. ¿Qué podría llevar a justificar, o siquiera a entender, una situación tan insólita como destructiva del valor del respeto por la vida humana? Aquí, retratado solamente en estos dos hechos vigentes, se observa que la humanidad ha retrocedido en valores fundamentales como el respeto por la vida, por la existencia y futuro de los demás. Pero no sólo eso: a diario la delincuencia y el narcotráfico ya tampoco sorprenden cuando, a través de todo el mundo, llevan muerte y amenaza a la vida de habitantes inocentes, incluyendo niños y ancianos, que a veces son víctimas de verdaderas operaciones paramilitares. Lo más dramático es que hemos empezado a aceptar todos estos hechos deleznables como “normales”, por inaceptable que nos resulte la confrontación, la agresión contra los más débiles e indefensos, la desprotección de los verdaderos derechos humanos.

El mundo parece avanzar en forma sostenida a la imposición de la ley del más fuerte, en que ya no se trepida en amenazar la vida muchos más allá de los escenarios de un conflicto. Y en nuestro propio Chile, otrora considerado una “copia feliz del Edén”, ha sido visiblemente afectado por la violencia, en una guerra no declarada y vestida de muchos ropajes que pretenden ocultar su fealdad a través de una virtual ausencia del Estado y su rol protector. Ya no sorprende que en la Araucanía, por ejemplo, se destruyan viviendas, escuelas e iglesias, y que también ocurra destrucción de faenas, animales y maquinaria, con funestos efectos materiales. Pero más allá, se ha ido concretando una virtual guerra que ha originado numerosas víctimas inocentes, en una lógica que no tiene ningún asidero y que resulta moralmente denigrante. Hemos entrado como país, a la lógica antihumanista que parece estar triunfando a lo largo del mundo, a la imposición de la violencia como modo de entendimiento, al discurso confrontacional como medio para avanzar en ideas y propuestas.

Estamos inmersos en una oleada terrible del más severo antihumanismo, a raíz de lo cual comenzamos ya a justificar los derramamientos de sangre, el amedrentamiento, la imposición de ideas por la fuerza o la injusticia que provocan algunas causas violentistas. Será el triunfo de la muerte por sobre la vida. Los humanistas deben fortalecer su compromiso con la vida, el respeto por el otro, ejercer la virtud de la tolerancia, pero poner el límite en la intolerancia. La gran batalla está en promover el triunfo de la vida por sobre la muerte, edificando una sociedad dominada por justicia, orden y libertad. Ese es el sueño al que deben aspirar las instituciones que constituyen un poder moral sobre la sociedad, y en el que deben participar todos los hombre y mujeres de buena voluntad.


Prof. Luis A. Riveros

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