Al encuentro del destino

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Luis Riveros

El país vive un momento en que decisivas condiciones afectarán el comportamiento colectivo. Ahogadas muchas manifestaciones por la pausa estival, subsisten serias inquietudes e interrogantes que no se despejan con solvencia en el ámbito de las señales políticas. El país vive un instante de escepticismo, que para muchos está marcado por la desconfianza frente a las nuevas autoridades y sus ideas inspiradoras. La esperanza, sin embargo, se funda en las recibidas afirmaciones respecto del mejor futuro que se pretende construir, reemplazando el sistema vigente aunque no claramente definido en cuanto a los parámetros que marcaran su reemplazo. Hay quienes están todavía esperanzados en torno a obtener salarios mayores junto a jornadas de trabajo menores. Muchos creen que se pagará menos por los servicios básicos, así como que se eliminarán los pagos por el uso de la infraestructura vial. Todavía muchos ambicionan la pensión mínima que se había mencionado en el período de campaña, aunque nadie es ahora capaz de establecer firmemente este eventual logro. Ciertamente se ha estimado que la vida del chileno promedio es sacrificada y difícil, y que ella puede cambiar sobre la base de algunos nuevos principios legislativos o, más aún, de un uso mejor de las leyes en beneficio del que más sufre.

Todas esas ilusiones que se deben enmarcar, sin embargo, en una difícil realidad financiera que enfrentará el Estado justamente en este año que se inicia. Una dificultad que se asocia también a un más restringido escenario económico en cuanto empleo, producto y salarios, sumado ello a una economía internacional también más problemática que aquella expansiva del pasado reciente. O sea, el escenario para las ilusiones generosamente forjadas se ve complicado, trayendo una señal severamente dificultosa para la gran esperanza que se ha cultivado e incentivado. Definitivamente, más allá de las intenciones y los deseos, el escenario será difícil y las grandes ilusiones se derrumbarán en un mar de realidades adversas, que pondrán en tela de juicio la generosidad de las ofertas cultivadas. La cuestión será que la gente no comprenderá el desafío que la realidad levanta a las ilusiones forjadas, y ello será el caldo de cultivo para mucha protesta, para una explicable frustración, y para una profundización del problema moral de Chile.

Junto a todo lo anterior hay un escenario de seguridad interna que se ha constituido en severa amenaza para la ciudadanía entera. La violencia delictual está haciendo estragos a lo largo de Chile, y no existen señales claras de efectiva represión en protección de la ciudadanía. Esta violencia se asocia aparentemente con el ingreso ilegal de delincuentes venidos de otras realidades, y que practican aquí aquello que saben hacer: destruir, robar y hasta matar a quienes le opongan resistencia. Junto con esto está el creciente narcotráfico, cuyas redes han crecido singularmente en la misma medida en que se ha ido expandiendo la protestas y la violencia política. Tampoco está claro cómo se protege a la ciudadanía de este verdadero perjuicio. Y si lo anterior fuera poco, en desmedro de la ciudadanía está además el terrorismo político que radica en la Araucanía pero se extiende poco a poco al resto del país, llevando muerte, destrucción y persecución a vista y paciencia de los poderes públicos. La violencia política crea imágenes y autoconvencimiento en torno a esa realidad fabricada, para que así eso se convierta en su presentación social. El diálogo con los violentistas, necesario como instrumento que complemente las acciones de todo tipo para contrarrestar su perjudicial desarrollo, debe basarse en el firme establecimiento de las bases reales, no ideológicas, que sustentan su desarrollo y son su fundamento. Sin tal convencimiento , sin una imagen clara de la realidad que no quieren ver los violentistas, el diálogo puede ser una simple formalidad que no atacará las bases mismas de la violencia y seguirá produciendo los vergonzosos resultados que día a día estamos viendo, en que ciudadanos se ven atropellados en lo más básico de su seguridad.

Es tiempo que la nueva autoridad proporciones señales claras respecto de todos estos síntomas preocupantes, para que no se profundice en ellos el sentimiento de desazón, generando mayor inestabilidad y signos de desesperanza.


Profesor Luis A. Riveros

europapress