Basta con salir a las calles de cualquiera de las capitales latinoamericanas, para darse cuenta de que las restricciones son parte del recuerdo. Atochamientos y congestiones vehiculares han vuelto a ser recurrentes, en medio del proceso de reactivación económica de la región.
Diversos indicadores muestran que la movilidad se ha incrementado, por lo que resulta evidente que las personas están volviendo a las oficinas. Sin embargo, eso no quiere decir que las cosas hayan vuelto a ser como antes. La impresión generalizada es que el modelo híbrido tiende a ser la norma ahora, sin que ello esté desprovisto de tensiones.
Una encuesta realizada en mayo pasado por PwC en Estados Unidos, aseguró que el 68% de los empleadores quisiera ver a su gente tres días o más, mientras la misma proporción de los empleados quisiera estar en su escritorio dos días o menos. Incluso 29% desearía teletrabajar de manera permanente.
Establecer el punto medio es un desafío. El profesor Robert Pozen, de la Escuela de Administración de empresas del Instituto Tecnológico de Massachussets, invitado recientemente por el Fondo Latinoamericano de Reservas (FLAR) a la Conferencia de Bancos Centrales e Instituciones oficiales (espacio en el que el organismo multilateral invitó a varios reconocidos académicos a discutir sobre las tendencias actuales), explicó lo dicho en su libro “Remoto Inc.: cómo prosperar en el trabajo, donde quiera que estés”, planteando una serie de criterios para que el proceso de volver a la presencialidad sea exitoso.
¿Qué se debe considerar para hacerlo de forma armoniosa?
“No debe existir una misma política de trabajo remoto para todos dentro de la misma organización. La razón es que las responsabilidades y necesidades de oficina de las diferentes áreas de un negocio son distintas. No se trata de que el jefe de turno sea el que establezca las reglas del juego, ni mucho menos cada individuo. Lo mejor es que la decisión sea tomada por los equipos funcionales e incorpore cinco elementos: Función, Ubicación, Organización, Cultura y Agendamiento”, asegura el profesor Pozen.
Para Pozen resulta indiscutible, en todo caso, que todo extremo es vicioso. Obligar a la gente a ir a la oficina “porque sí”, puede afectar la moral de un equipo que encontró durante la pandemia las bondades del trabajo a distancia.
Por el contrario, permanecer para siempre en la virtualidad trae costos que van desde la dificultad de construir objetivos comunes, hasta el fortalecimiento de la sensación de permanencia. Esa que se construye durante la pausa del café o la conversación informal en el pasillo.
De lo que se trata es de combinar lo mejor de los dos mundos -virtual y presencial-, para que la crisis que significó la llegada del Covid-19 se convierta en una verdadera oportunidad en cualquier tipo de institución.