Diálogo y poder moral

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Luis Riveros

El país enfrenta una decisión política muy trascendental que ocurrirá a través de la confrontación de dos visiones polares de nuestros problemas y de las alternativas para enfrentarlos. La contraposición de ideas y proyectos políticos no es nueva en ningún caso, pero la cuestión es que se trata de visiones que hoy se confrontan en un debate áspero y en medio de un ardoroso apoyo a las respectivas facciones. Se ha ido así desarrollando un Chile sin diálogo, dominado por descalificaciones y fake news, y con muy débiles propuestas sobre el futuro, rechazando a veces el acuerdo sobre condiciones mínimas para garantizar gobernabilidad. Un Chile atemorizado además por amenazas, incluyendo las que se dirigen contra la integridad física del oponente, incluso bordeando en la amenaza de muerte. Por cierto esto está muy lejano de las ambiciones de la ciudadanía, que demanda paz para poder desenvolver adecuadamente su proyecto de vida, no sentirse amenazada por la violencia política generalizada ni por la delincuencia común. Una ciudadanía que exige ponerle un freno en seco al narcotráfico y que demanda la provisión de mayor seguridad para la juventud frente a esta real amenaza. Pero las discusiones políticas, que son más bien confrontaciones, hablan de otras cosas, centrando su atención en lo que menos interesa a la ciudadanía, cuya decisión se ve nublada por una debate lejano en medio de métodos que no son compatibles con la sociedad de entendimiento que la mayoría aspira a tener. Este ambiente prevaleciente se complementa con ausencia de líneas firmes en materia programática, puesto que las propuestas han pasado a ser más bien gelatinosas y grandemente cambiantes, en muchos casos sólo para atraer electorado de una manera fácil. Todo está dado para que la elección presidencial esté dominada por la intrascendencia que otorga el ambiente reinante y por las desilusiones enormes que se producirán cuando las propuestas se esfumen en medio del mar de ilusiones que han sido creadas.

Chile necesita diálogo y entendimiento. Las propuestas para favorecer gobernabilidad deben ser atendidas e incorporadas en los programas. El diálogo es necesario, y este es el mensaje que ya ha entregado la ciudadanía y que se refleja claramente en la composición paritaria del Congreso Nacional, donde todo tendrá que ser negociado y se volverá, de este modo, a una cierta política de los acuerdos. Pero a nivel de las decisiones presidenciales tal diálogo no existe, aunque habrá que esperar lo que sigue en materia de debate. Y es que ha faltado la convocatoria convincente, las entidades que históricamente han estado por la implementación de tales líneas de entendimiento para así promover el progreso del país y aislar a los sectores extremos. Ha desaparecido el centro político, que permitía equilibrar estas visiones extremas que hoy nos dominan. La Concertación cumplió ese rol de manera muy eficaz, respaldando un sólido proceso de retorno a la democracia. Pero, tal como sucedió en la década de 1970, medio siglo más tarde un importante partido de centro ha sido empujado a ser parte activa del escenario de polarización que observa hoy el país. No se ha constituido en agente de encuentro, sino más bien se ha sumado a la tragedia que envuelve un país confrontado.

Instituciones defensoras de distintas fe religiosas, así como las que se han constituido en la defensa de principios éticos necesarios para una buena convivencia social, cumplieron un rol articulador importante en el pasado. La Iglesia Católica, por ejemplo, lo hizo en momentos muy difíciles y con distintos grados de éxito, siendo capaz de construir diálogo, intercambio de visiones y a menudo artífice de entendimientos que permitieron destrabar situaciones complejas. Sin sacrificar sus puntos de vista, especialmente en las delicadas materias concernientes a los derechos humanos, la Iglesia promovió diálogo y fue en ese contexto un factor de entendimiento. El mundo laico, por su parte, siempre fue un actor que actuó con discreción y efectividad para producir entendimiento en momentos difíciles. Su virtual ausencia durante la Guerra Civil de fines del siglo XIX y el lamentable desenlace de 1973, pusieron de relieve la ausencia de ese rol mediador que la sociedad siempre necesita. Por el contrario, en los sucesos de los años 1920 y los de la década de 1950, el mundo laico fue un articulador efectivo del entendimiento que el país precisaba para avanzar en paz, como también lo hizo en el tránsito hacia la plena democracia en el pos 1990. Ambas vertientes valóricas están hoy sumidas en el silencio, aunque por distintas razones. Empero, es bueno para la democracia que poderes morales fuera de la política contingente vuelvan asumir un papel relevante en materia de construir diálogo y promover el disenso respetuoso en pro de la democracia y del progreso. El país y la sostenibilidad de la democracia lo requiere notoriamente.



Prof. Luis A. Riveros 

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