Una historia repetida

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Luis Riveros

El centro político siempre ha sido siempre un factor gravitante y decisivo en el ordenamiento político chileno. Cuando ha fallado, se han cernido crisis institucionales y políticas de gran magnitud. La vitalidad del centro ha sido un factor constante de equilibrio y entendimiento en la sociedad chilena. Lo fue así en la década de 1920 cuando, en medio de un significativo marasmo social que reflejaba descontento y anarquismo, la Alianza Liberal fue capaz de ordenar y proyectar al país, incluyendo la Constitución de 1925. Más tarde fue el Partido Radical el que, en varios distintos escenarios, fuera un factor de encuentro y diálogo político, en años en que la política se practicaba con ideas y propuestas y en que el debate de fondo era efectivamente el centro neurálgico del trabajo del Congreso. El radicalismo pudo construir un camino para el desarrollo del país, en las postrimerías de la gran crisis de 1930 y del terrible terremoto de Chillán en 1938. Luego, hostigado por el gobierno de Ibañez constituyó un oposición moderada y constructiva, que incluso durante el mandato de Jorge Alessandri, y en medio de una crisis política, le llevó a apoyar esa gestión con hombres muy destacados. En el gobierno de Frei Montalva el radicalismo se constituyó en oposición y, ya con una significativa influencia de la izquierda y un discurso más bien excluyente esa administración, se constituyó en un activo aliado de los partidos tradicionales de la izquierda. Eso le llevó a una división en dos sucesivas oportunidades, dañando la integridad del viejo tronco. En un marco muy significativo de polarización del país, y en medio de las usuales acusaciones de oportunismo político de que el radicalismo fue objeto consuetudinariamente, se unió a la alianza de izquierda. Era ya un partido con poca gravitación para buscar entendimiento y diálogo, lo cual le habría ahorrado muchos sufrimientos a Chile. Allí se perdió el centro y con ello se llevó al país a un escenario de dolor que podría haber sido evitado si el radicalismo hubiese emprendido el camino que ya había transitado en la historia de Chile, como una instancia de encuentro y diálogo.

La Concertación fue, durante su vigencia bajo 4 administraciones, una expresión del centro político del país. Se fue desfigurando poco a poco, en la búsqueda de ampliar su base electoral (cosa que eventualmente no necesitaba) bajo la presión de manifestaciones estudiantiles, primero, y más amplias después impulsadas desde fuera de la Concertación. Aquí tuvo un rol decisivo la Democracia Cristiana, un partido de raigambre de clase media con fuertes lazos con la iglesia católica y un movimiento intelectual significativo radicado principalmente en las universidades del país. La exitosa transición política encabezada por Patricio Aylwin, le proporcionó un fundamento real a sus propuestas en materia de igualdad y libertad. Sin embargo, tensionada por la inconformidad de la izquierda tradicional y no tradicional (esto es los movimientos desprendidos de las Federaciones estudiantiles), la DC fue perdiendo su esencia de partido de centro. Ya había sufrido divisiones internas en el pasado, pero lo que afrontó desde los inicios de la segunda década del nuevo milenio, fue mucho más serio: se desmembró su base intelectual; se desarticuló su vínculo con la Iglesia, ya sumida en severos escándalos e investigaciones por delitos inconfesables, y perdió influencia en las organizaciones estudiantiles. Allí también se polarizó en lo interno, al igual como el país progresivamente sufría de una polarización extrema. Con eso, y la debilidad de las dirigencias políticas en general, la DC dejó de ser una instancia de centro, un espacio de acuerdos y una alternativa real para proporcionar estabilidad y orden institucional al país. Su recorrido es muy similar a lo que había sufrido el radicalismo 50 años antes.

Un país sin un centro político efectivo, capaz de articular diálogo y acuerdos con y entre las visiones más polares, pone en permanente riesgo a la democracia. Y abre las puertas a manifestaciones violentas que son articuladas por visiones extremas y movimientos anárquicos en pos del poder y de acrecentar su dominio y el cumplimiento de sus objetivos políticos. La historia del centro político en el último siglo prueba la importancia que adquiere para superar tensiones asociadas al ciclo social y político, y destaca también las singulares circunstancias que puede desatar su ausencia o polarización de sus propias visiones. Rescatar un centro político efectivo en el escenario político chileno actual parece ser un factor fundamental de estabilidad, para no seguir avanzando en una confrontación entre extremos, que no traerá sino más frustraciones al país.


Prof. Luis A. Riveros 

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