Programa y debate: lo esencial

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Luis Riveros

La formulación de un programa de gobierno debiese revestir altísima prioridad para una candidatura presidencial. Un programa es lo que permitirá un debate relevante, y establecer los compromisos que se formulen como asimismo los apoyos que se vincularan al realismo y relevancia de sus propuestas. El primer gobierno de la Concertación, por ejemplo, sostuvo un programa realista en materia económica y social, en un difícil período que se preveía de enfrentamientos que se opondrían al objetivo de restablecer la democracia y la estabilidad. El realismo del programa y la seriedad de los actores que se ubicaron tras él, hicieron sintonía con el electorado a pesar del clima amenazante que se insinuaba. La oportunidad de explicitación del programa de gobierno, que se hizo bien adelantadamente a la elección misma, permitió avanzar en la batalla de ideas, lo cual permitió, además, que la experiencia se proyectara más allá, y fueran cuatro gobiernos sucesivos en la misma línea de acción. Los resultados fueron inobjetablemente satisfactorios en materia macroeconómica y de crecimiento, como también en lo distributivo y en lo social, especialmente en cuanto a la disminución de la pobreza. Por eso se ha dicho y repetido que ese pacto político, basado en un programa de gobierno en que se condensaban las visiones diversas de muchos distintos actores políticos, ha sido en Chile la experiencia más exitosa en materia de gobierno, de consenso político, de estabilidad y de progreso. Esa experiencia es hoy desechada hasta por sus mismos protagonistas sobre la base de muchos slogans, de aspiraciones poco sostenibles y de un actuar populista que no está lejano del temor que infunden las protestas de quienes se oponen a continuar transitando por el terreno del realismo, de la libertad y de la seriedad políticas.

Hoy no vemos programas que ocupen el centro de la discusión presidencial. Más bien éstos han pasado a ocupar un carácter secundario, como de hecho lo revela el que una de las principales candidaturas haya logrado consensuar y emitir un programa sólo tres semanas antes de la elección misma. Eso, al parecer, luego de integrar a varios del equipo económico de partidos que han declarado apoyar a otra candidata. Todo esto causa enorme confusión en el electorado, puesto que no está bien claro el mapa de ideas y cruces combinados en el camino de elaborar un programa; y ni siquiera pensar en este mismo aspecto cuando se trate de aplicar un programa gestado de una manera tan poco directa y transparente. Un programa debiese contener, al menos, algunos supuestos determinados sobre las metas a alcanzar, y esgrimir un grado de realismo que no sea posteriormente fuente de creciente decepción. Ciertamente, si la base de las ideas es “crear inestabilidad”, en realidad ni siquiera es necesario un programa de gobierno, sino continuar ejerciendo la presión a través de acciones extremistas: Hoy prevalece gran incertidumbre y una gran cantidad de anuncios sobre las cosas que se conseguirán; un ambiente que conviene traer a un realismo si es que efectivamente se quiere evitar la inestabilidad que a nadie favorece, especialmente a los más pobres.

Realismo es un aspecto vital para observar el curso de la aplicación de determinadas medidas. Tomemos, por ejemplo, la reforma tributaria que se ha planteado: recoger al menos un 8% del PIB, para financiar muchas cosas sobre las cuales podría haber poco debate. Pero esa es la misma reforma que se llevó a cabo hace algunos años casi con las mismas metas, y que no llegó a ningún buen puerto creando solamente más expectativas y un muy poco efectivo debate. Aquí no hay nada nuevo. Si lo habría con la propuesta de reforma de pensiones, que implica la expropiación de los fondos acumulados en las AFPs (propiedad de sus ahorrantes) y también de las futuras contribuciones al sistema de pensiones, de las cuales no serán dueños quienes hagan los aportes. Esta propuesta amerita un debate y un pronunciamiento del electorado, lo cual hace tan imprescindible una clara explicitación del programa correspondiente, y no sólo de voceros que lo interpreten.

El debate se habría visto favorecido con programas explicitados a tiempo. Poco debate producto de pocas ideas concretas sobre las que debatir, no le hace bien a la democracia ni a la transparencia que debe envolver un proceso eleccionario.


Prof. Luis A. Riveros

europapress