​¿Por quién doblan las campanas?

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Hector Casanueva

“Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada persona es un pedazo del continente, una parte de la masa. Si el mar se lleva un terrón, toda Europa queda disminuida, tanto como si fuera un promontorio, o la casa señorial de uno de tus amigos, o la tuya propia.

La muerte de cualquier persona me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y, por consiguiente, no preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”

(John Donne, 1624. Devotions Upon Emergent Occasions)

La gravísima situación de Afganistán entra en nuestros hogares en tiempo real a través de la televisión o de los celulares y redes sociales. La opinión del presidente Biden (“un conflicto que no es del interés nacional de Estados Unidos”) o la acomodaticia posición del gobierno chino ignorando la realidad (“respetaremos las decisiones del pueblo afgano”), nos hacen reflexionar sobre hasta qué punto esta sentencia del poeta John Donne, recogida también por Hemingway en su novela sobre la guerra civil española, refleja realmente lo que nuestra sociedad piensa y siente de sí misma. Nos hace cuestionarnos si ya entrados en el siglo XXI existe efectivamente, más allá de una evidencia biológica, la “humanidad” y por consiguiente el “humanismo”, o existimos los humanos como individualidades agrupadas a lo sumo en pequeños núcleos que llamamos familia o círculos de amigos, pero sin vínculos afectivos con los demás grupos y menos con el colectivo humano.

Hoy el acento mediático está puesto en Afganistán, un poco en el terremoto de Haití a cuyas desgracias parece que ya nos hemos acostumbrado. La situación de los refugiados sirios o los inmigrantes suicidas del mediterráneo está prácticamente invisibilizada, del mismo modo que los diez millones de niños que mueren en el mundo por falta de agua potable y las migraciones masivas en Centroamérica. Para frenar la pandemia se necesitan once mil millones de dosis de vacunas, de los que el G-7 ha decidido aportar mil y la UE trescientos, asegurando todos ellos su propia inmunización. El reciente informe de la ONU sobre el cambio climático es contundente en señalar que se está acelerando y no hay indicios de mitigación.

Se puede hacer una larga lista de amenazas actuales y futuras a la existencia misma de la especie humana, que sin embargo ocurren ante la relativa indiferencia general y que son tratadas en el marco del pragmatismo de la política multilateral de las grandes potencias. Los 10 millones de ONG solidarias que hay en el mundo, son una respuesta de una parte de la sociedad, que con sus cerca de cien millones de voluntarios o cooperantes contribuyen a mejorar las condiciones de vida de muchas personas, atenúan mucho dolor, es un colectivo comprometido pero insuficiente. Las agencias multilaterales hacen un trabajo importante, pero están insuficientemente dotadas de recursos. Baste señalar que el presupuesto anual de la OMS es equivalente a lo que el mundo gasta en tabaco en un día.

La impronta economicista, exitista y competitiva de la sociedad global del siglo XXI es un caldo de cultivo para que la dimensión social -y por lo tanto la dimensión solidaria y fraterna de nuestro ser, que nos lleva a vivir y desarrollarnos en sociedad- vaya disminuyendo y circunscribiendo a acciones episódicas, a lo sumo caritativas, pero que no nos comprometen con el destino mismo de la comunidad a la que pertenecemos.

Las campanas doblan por todos, pero pocos las oyen y menos aún toman conciencia de su significado. 


Héctor Casanueva

Académico y ex embajador de Chile. Vicepresidente del Consejo Chileno de Prospectiva y Estrategia. Profesor de la Universidad de Alcalá, España, de la Universidad Nacional de Estudios Políticos de Rumanía y de la Universidad Miguel de Cervantes de Chile. Miembro del Comité de Planificación del Millennium Project Global Futures Studies & Research y de Foresight Europe Network.

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