​Reconstruyendo Los Muros de Nuestra Sociedad

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David Quijano


La Biblia nos relata que alrededor del año 445 antes de Cristo, Nehemías un siervo de confianza del rey Artajerjes de Persia, al enterarse que las personas que habían quedado en Jerusalén atravesaban una difícil y peligrosa situación y que el muro de esa ciudad había sido derribado y sus puertas quemadas, lloró, e hizo duelo por algunos días, con oración y ayuno, confesando delante de Dios sus pecados y los de su pueblo, reconociendo que no habían respetado los mandamientos y estatutos que les había ordenado, pero recordando con esperanza y fe las promesas de Dios, en cuanto a que si respetaban su palabra y la ponían en práctica, el Señor los recogería y los traería al lugar que había escogido para ellos.

Hoy en día parece que los muros morales y valóricos de nuestra sociedad, que regían nuestras conductas y la convivencia en nuestro país, se han debilitado y se quemaron las puertas del respeto, del diálogo, del entendimiento, de la justicia y de la verdad.

Pareciera que hemos olvidado la gran diferencia que existe entre justicia y venganza, o que los derechos de las víctimas y de los inocentes, deben primar por sobre los de los victimarios y delincuentes. Al parecer hemos olvidado que por muy legítima y justa que sea una causa, se deslegitimiza cuando se recurre a la violencia, a la delincuencia o al terrorismo.

Creo que como nación no hemos buscado intensamente la dirección de Dios y poco a poco lo hemos sacado de nuestras leyes, de las salas de clases en colegios y universidades, hemos quitado sus principios y verdades de los medios de comunicación y lo hemos reemplazado por pensamientos e ideas de hombres y mujeres que, aunque bien intencionados, no siempre se fundan en la verdad del evangelio, que se sustenta en el amor, el respeto, la humildad y la integridad.

Quizás por esto en el Salmo 11 el rey David pregunta: Si fueren destruidos los fundamentos, ¿Qué ha de hacer el justo? y luego responde que Jehová prueba a las personas, pero al malo y al que ama la violencia lo aborrece porque Él ama la justicia.

Rectitud e integridad son palabras que cada vez se oyen menos en nuestro leguaje cotidiano, pero no por eso dejan de estar plenamente vigentes y ser cada vez más necesarias.

La rectitud es una señal de coherencia, es la firmeza del carácter y la disposición de la conciencia para actuar en concordancia con la verdad y el bien.

Por su parte, la integridad se refiere a algo que está completo, es la condición de un individuo por mantener sus valores y convicciones intactos y en línea con la verdad y la justicia.

En los tiempos actuales donde parte de los muros de nuestra sociedad han sido derribados, se está buscando refundar a la familia, a instituciones gubernamentales y de orden público, al sistema económico y político y hasta la propia constitución del país, es esencial que quienes encabezan esas instancias, sean personas rectas e íntegras, cuyas acciones estén en concordancia con la verdad y la justicia y respeten a Dios y a sus principios, como elemento esencial para refundar nuestra nación.

Por esto, sigamos el consejo de Timoteo cuando nos insta a orar por las autoridades para que vivamos quieta y reposadamente y al igual que Nehemías, confesemos delante de Dios nuestras faltas, reconociendo que no hemos respetado sus mandamientos, pero con esperanza y fe en sus promesas para poder reconstruir los muros de nuestra sociedad, con mayor justicia y verdad. 


Juan David Quijano

europapress