Un rechazo a la política tradicional

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Luis Riveros

Los resultados de las elecciones recientes marcan muchos signos preocupantes, pero también dan lugar a una serie de elementos que inducen una mirada positiva. Los análisis posteriores han dado lugar al típico “blanco o negro”, en que se acusa una derrota de sectores políticos y autoridades de gobierno, y el triunfo de los críticos principalmente de la extrema izquierda. Sin embargo, hay que poner las cosas en su justa dimensión para tratar de comprender el escenario en que queda Chile frente a los retos que significa dar lugar a una nueva Constitución. Un primer dato preocupante es que efectivamente votó sólo un 42% del padrón electoral, mientras que, además, poco más del 3% anuló o dejó su voto en blanco. Esto resta representatividad a los electos, y debe ser leído cuidadosamente como una señal de rechazo del electorado a las fórmulas partidistas tradicionales y a una forma de hacer política.

Del punto de vista de los resultados por partidos, la situación resulta ser delicada. Partidos que han querido mostrarse como innovadores, como los humanistas y el PRO, han obtenido entre ambos poco más de 1% de los votos, mientras que un partido tradicional, como el radical, contó con el apoyo de 1.2%. Los candidatos de la DC, otrora un gran partido, tuvieron un apoyo de 3.7%, y el PPD uno equivalente a 2.6%. El P. Comunista tuvo relativamente mayor éxito al obtener un 5% de los votos para elegir a sus candidatos a convencionales. Dentro del Frente Amplio, el partido Convergencia Social obtuvo 3.3% de la votación, mientras que el Partido Socialista sacó un 4.8%. En consecuencia, si la derecha no logró más del 25%, el panorama para la ex Concertación y la ex Nueva Mayoría no es más estimulante. Todos estos porcentajes se reducen a menos de la mitad, considerando la representatividad que les ha otorgado la visible abstención ciudadana. O sea, este ha sido un claro rechazo a los partidos políticos, sus alianzas y las fórmulas y liderazgos con que enfrentan el reto futuro para Chile. Como consecuencia, se gestó una enorme cantidad de independientes, muchos de los cuales se vieron forzados a postular en las listas de los propios partidos y alianzas. Así, la elección ha favorecido lejos a una pléyade de independientes, de muy distintos signos, propuestas, experiencia política y visiones sobre la sociedad chilena y sus dilemas. Todos ellos, bajo el sino común de no querer seguir línea partidista alguna, incluyendo aquellos que sólo siguen consignas descalificadoras y poco útiles al proceso de reflexión que ha de seguir. Este es el nuevo Chile que leen optimistas muchos observadores, mostrando lo esperanzador de nuevas propuestas respecto del discurso desgastado de las fórmulas partidistas que hoy muestran su fracaso.

Una tercera observación es que la fórmula electoral que diseñaron los políticos en su forma de concebir a este proceso, deja también una secuela de problemas. El PS, por ejemplo, que sacó 1.2 puntos porcentuales más que la DC a nivel país, pero tendrá 15 convencionales y la DC solamente a dos. Y también han resultado electos personas que tienen votaciones insignificantes, llevando con ello, al mismo problema, ahora aumentado, de representatividad que tienen varios miembros del actual Parlamento nacional. Ahora esta misma Convención deberá reflexionar sobre las líneas generales para un sistema electoral efectivamente democrático, que propicie la participación que es la base primera para lograr que el ciudadano se comprometa con los destinos del país, y no se quede como un espectador de lo que otros deciden. ¿Cuántas veces se insistió sobre la necesidad de educar cívicamente a nuestros niños y jóvenes? ¿Cuántas veces se propinó un “portazo transversal” a esta idea tan republicana y ahora tan evidentemente necesaria?

La votación Constituyente (que es la más representativa nacionalmente dado que en el caso de municipalidades y gobernaciones los resultados están más teñidos de temas locales o regionales) ha favorecido lejos a los independientes. Aquí hay un escenario muy incierto que todavía no entendemos bien: va desde el discurso altanero, marcado por ideologismos y a veces frivolidad, a las ideas de quienes no han querido adherir a las viejas fórmulas partidistas. De aquí surgirá la nueva Constitución para Chile, en un diálogo que no hay que menospreciar, porque, mal que mal, se dará en un contexto que se espera sea tolerante y que busque lo mejor para el país. Hay figuras que sobresalen y que pueden ser factores de encuentro en estos debates, y que pueden minimizar la influencia de personas sin visión de país y de sociedad, excepto aquellas que provienen de la parcialidad de sus ideas.

El paso que ha dado Chile es trascendental, al decidir que una Convención electa redacte una nueva Constitución, la cual deberá ser sometida al posterior juicio ciudadano. Con todos los problemas que ello representa, hay que mirar el lado que resplandece: esto ha significado desplazar el estilo partidista tradicional y la democracia representativa, por un sistema más abierto a la participación. Esperemos que la razón tenga más lugar del que hoy día se piensa en la etapa que iniciamos.


Prof. Luis A. Riveros

europapress