Somos más..!

|

A1


Así estamos educando a nuestros niños. Por una parte, en la lógica de la violencia, transmitiendo el mensaje de que nadie es escuchado y que a nadie importa lo que sufre cada uno. Mensaje de frustración, que genera odio proyectado al futuro, lo que hace ver como normal un “desquite” incendiando edificios públicos o propiedad privada. Los niños y adolescentes que atestiguan esto, tienen en su imaginario la construcción de una sociedad que debe entenderse solamente a través de actos violentos, puesto que la explotación y aprovechamiento de quienes detentan el poder así lo amerita. Por otra parte, prevalece la lógica del “enemigo”, aquél que quiere tomar todo lo nuestro y construir un orden de justicia sesgado. Reciben otros niños y jóvenes el mensaje de temor infundido por sus padres y mayores, se informan malamente por una prensa que no transmite sino los problemas vigentes, la violencia desatada y conlleva el temor por la desgracia. Así surge la idea de defenderse a toda costa, eso es lo que transmiten muchas familias, y sus niños y adolescentes se están criando en una lógica de devastación.

Como no existe una educación que efectivamente cumpla con su rol formador ciudadano y restaurador de valores cívicos, unos y otros niños y adolescentes, se criarán viéndose como potenciales enemigos. La educación no los integra como antes en un solo proyecto y una sala de clases. Hay educación para unos y para otros, diferenciada nunca ha estado claro porque, con maestros que muchas veces reproducen ante sus alumnos los mensajes de agresión, frustración, defensa o conformismo que existen en la sociedad. Entonces, es claro que estamos preparando una realidad de continuo enfrentamiento, ilustrado severamente por una diputada que en medio de todo el caos que se vive ha llamado a incendiar todo, en lugar de asumir un rol de artífice de templanza y proyecto de vida en común. Mensaje para los niños que crecen en el temor, la desconfianza y la idea de que hay un enemigo a quien derrotar.

En el pasado, habría sido alguna instancia “por sobre el bien y el mal” que hubiese llamado a la paz, al entendimiento, al diálogo republicano. Lo lógico sería que el Gobierno nacional, el Congreso y el Poder Judicial concuerden una agenda para enfrentar estos días difíciles, en que cada hecho ya no es aislado sino que se observa como parte de una lógica sistemática de destrucción. Ni siquiera ha sido ésta una propuesta abordada con la seriedad y urgencia que se requiere, para acordar algunas iniciativas que procuren construir paz y entendimiento. Muchos dicen “ya es muy tarde para el diálogo”, quizás el mismo diagnóstico que precedió a la guerra civil de 1891 o a los hechos de 1973. Chile parece no haber aprendido que la violencia no es solución a nada, y estamos no solamente practicándola a diario sino también educando a las nuevas generaciones en su lógica terrible.

Muchos dirán: “hay que esperar que la justicia cumpla su rol”, pero el problema es que la ciudadanía no cree en ella, y muchos alegan por su real ausencia. Otros dirán “que el Parlamento discuta y proponga caminos de salida”, pero todos sabemos que el nivel del debate no adquiere allí la necesaria estatura republicana, porque todos están más bien sólo preocupados de pérdidas o ganancias electorales. Muchos dicen “que el Gobierno y el Presidente intervengan de manera clara y decisiva”, pero todos sabemos que contamos con un gobierno mal evaluado, al igual que los otros poderes del Estado, y que ha mostrado inacción respecto a muchos temas urgentes que aquejan a Chile. Panorama desolador, pero que todavía podría remontar si los tres poderes del Estado dialogan, establecen una agenda, y marcan un plan de acción para restaurar la paz social.

Estamos ad portas de iniciar una discusión sobre la nueva Constitución para Chile. Cuesta imaginar que en estas condiciones pueda tener lugar el diálogo mesurado, profundo, inteligente que se requiere para construir las bases institucionales que requiere el futuro de Chile. Ya hay quienes han llamado a “rodear la Convención” para así ejercer la fuerza como contexto del trabajo que deben realizar. Y la convocatoria a esta instancia ha servido para todo, menos para temperar los ánimos, abrir las compuertas al diálogo, y poner al futuro de Chile como objetivo primero.

Los chilenos que creemos en el diálogo y la tolerancia somos muchos más, pero constituimos esa mayoría silenciosa de la que a veces se habla pero que no se estructura formalmente. Los chilenos que rechazamos la violencia, teñida del color que sea, somos más. Los chilenos que estamos dispuestos a defender la democracia, somos más. Los chilenos que vemos a las diferencias en ideas como un valioso capital social y no como un frustrante enfrentamiento, somos más. Los chilenos que creemos en un mejor futuro, y en ese espíritu educamos a las nuevas generaciones, somos más. Ese debe ser el fundamento real de un diálogo de Estado sobre la coyuntura que vive Chile.


Prof. Luis A. Riveros

europapress