Una disminuída aprensión

|

A1


A partir del segundo trimestre del 2020 Chile se ajustó estrictamente a las severas condiciones impuestas por la pandemia del COVID19. El factor decisivo para explicar esto fue el temor. En efecto, primó la disponibilidad de información que destacaba los riesgos envueltos por la amenaza en ciernes, mientras muchos también especulaban acerca de la carencia de suficientes recursos hospitalarios para atender el peak que se preveía en la tasa de infectados. Las noticias que venían desde todo el mundo alertaban sobre la propagación del virus, y contribuían a acentuar el miedo que modelaba una conducta social preventiva. Y, por cierto las cosas mejoraron, puesto que esa disciplina de cuidado, severamente condicionada por la información existente, surtió efectos hasta lograr disminuir significativamente la extensión y profundidad de esa primera oleada pandémica.

Tres fenómenos llevaron a la situación en que los chilenos nos encontramos ahora, cuando el rebrote epidémico nos acerca al peak de una severa segunda oleada de la pandemia. Por un lado, la proliferación del discurso en torno a que la existencia del virus sería una falacia y que solamente ha sido un instrumento manipulado para conseguir objetivos muy oscuros, que van desde un gran complot a nivel planetario a la instauración instrumental de un mecanismo de control sobre la población con propósitos inconfesables. Como en todo tipo de controversias, hay quienes han liderado esta teoría conspirativa y llaman de ese modo a desobedecer y no acatar los dictámenes de las autoridades sanitarias. Por otro lado, están los que ven al anuncio de la pandemia como una pura cuestión de especulación financiera; en efecto, se dice que los únicos ganadores son las grandes corporaciones productoras de vacunas, que están haciendo el gran negocio de la historia “simulando” o induciendo una pandemia para vender más tarde el remedio para la misma. Estas dos singulares versiones del problema han tenido cierto grado de incidencia en todo el mundo, estimuladas por medios de comunicación y opiniones de figuras políticas a nivel mundial que en cierto modo se han asociado a alguna versión de estas ideas.

Pero en el caso de nuestro Chile prima un tercer factor que interactúa con esas tendencias de índole más universal. Se trata de nuestra propia cultura. Se ha perdido el temor, y se generaliza la realización de “eventos” de tipo social que congregan a cantidades inconvenientes de personas. Así, fundados en la idea de que se estaría “exagerando” en los cuidados, se organizan convivencias, fiestas y todo tipo de arreglos sociales que convocan a un número significativo de personas, trasgrediendo las normas. Comenzó como algo anecdótico y aislado, pero se trata ya de un fenómeno generalizado que ocurre en comunas acomodadas como asimismo en aquellas caracterizadas por su vulnerabilidad. Se trata de una “desobediencia” transversal estimulada por el stress de encierros prolongados, la existencia de una economía lenta en recuperarse y ciertamente el no entender la gravedad del problema que enfrentamos. Afanes también estimulados por la conducta de algunas autoridades, Presidente de la República incluido, que han aparecido públicamente sin usar mascarilla; y la reciente visita del Presidente de Argentina que no consideró la cuarentena a la que todo visitante extranjero debe estar sometido por norma. Ahora último las acciones elusivas se escudan en la pronta disponibilidad de una inmunización de rebaño. Pero en el intertanto, además, también hay protestas callejeras, manifestaciones de ciclistas organizados, aglomeraciones en espacios públicos y comerciales; todo esto sin controles sanitarios y a veces ni siquiera policiales. El ciudadano medio que pide su permiso para desplazarse por acciones mínimas permitidas parece claramente una minoría desenfocada en medio del verdadero festival de incumplimientos sanitarios que presenciamos.

Todo lo enunciado es parte de lo mismo: se ha perdido el miedo al contagio, se piensa que la desobediencia es un modo legítimo y efectivo de protestar frente a la autoridad, y se desconfía de las decisiones sanitarias. A su vez, la forma de comunicar y el actuar de los medios de comunicación tienden a validar esos actos que nos están conduciendo al segundo peak de contagios que será, como se pronostica, mucho más severo que el primero. Evidentemente, a los chilenos no nos gustan las malas noticias y tendemos a contrariar aquellas que nos disgustan hasta fabricando una especie de “realidad virtual” para superar los contenidos negativos creando pretendidos actos destacables o valerosos. Todos tendemos a creer que se está exagerando con los cuidados, y que prevalece la sospecha de “algo oculto” en todo este tema. Y además se dice que protestar es siempre legítimo, no obstante los cuidados que se dejan de tener. Lo triste de todo esto, siendo legítimos esos puntos de vista, es que el COVID19 no distingue entre tipos de personas, situación social o ideas en lo personal y colectivo. Ataca, se multiplica, hace de sus víctimas preferidas los más ancianos y enfermos, y produce el mayor daño posible a la organización social y económica. Y si ahora hasta de la vacuna estamos desconfiando, entonces la prolongación del problema será mayor con resultados totalmente impredecibles. 


Prof. Luis A. Riveros 


europapress