​Post 2020: más imperfeccionista y mejores aprendices

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GonzaloJimenez


Aunque la lucha por la pandemia y la reconstrucción de la sociedad van a durar bastante tiempo más, marcar ciclos y vincularlos con ritos, nos ayudan a vivir con mayor conciencia. En otras palabras, reconocernos a nosotros mismos y a nuestro entorno.

Probablemente, nadie es el mismo después de este año que hemos vivido. Las alegrías que atesoramos, voy a saltarlas, porque seguro cada uno tendrá la forma de agradecerlas. Propongo que hablemos de las heridas y dolores con que estamos iniciando este verano. Pero más que nombrarlos, miremos dichos quiebres de un modo diferente.

Para eso nos sirve el tradicional Wabi-Sabi de Japón. Una cosmovisión centrada en las ideas de fugacidad, transformación e imperfección. “Nada dura, nada está completo y nada es perfecto” o como dicen los franceses: “tout passe, tout casse, tout lasse”, todo pasa, todo se quiebra, todo cansa....

De esta forma, las abolladuras y los arañazos que llevamos son recordatorios de la experiencia que nos dejan y eliminarlos sería ignorar las complejidades de la vida. Por el contrario, retener lo imperfecto, reparando lo que está roto y aprendiendo a encontrar la belleza en las fallas, nos fortalece.

El Wabi-Sabi encontró una manifestación creativa en el arte de Kintsugi en donde los artículos de té y las cerámicas rotas se reparan con una laca espolvoreada de oro. De esta forma, se resaltan las grietas y se celebra la belleza que produjo el inicial daño.

Tal vez en este fin de año, tenemos que aplicar laca dorada a nuestras grietas y bordes desiguales para lograr celebrar nuestras imperfecciones y múltiples intentos por alcanzar metas.

Precisamente ese brillo amoroso nos permitirá vernos con distancia, dándonos nueva libertad de actuar sin necesidad de intentar obtener resultados inmediatos. Así, lo antes visto como defecto o fracaso, se puede volver recordatorio y aprendizaje. La belleza de la imperfección nos vuelve mejores aprendices de la vida.

Aprendamos entonces, acariciemos nuestras cicatrices, como signo de que hemos vivido, que estamos latiendo y sintiendo. Siempre cayendo, pero con la fuerza y voluntad de volvernos a levantar, sin perder la esperanza, manteniendo la alegría de simplemente ser y liberándonos de tanto parecer.

Digámonos entonces unos a unos: wabi-sabi y sonriendo acomodemos nuestra carga vital en los hombros, peguemos nuestros trizados fragmentos con humildad y vamos frente en alto de cara al nuevo año.


Gonzalo Jiménez Seminario

CEO Proteus Management & Governance

Profesor de ingeniería UC

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