Desbaratando el país

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Luis Riveros (columnista)Votaron 400 mil personas, de un total de 14 millones de electores. O sea, aproximadamente un 3%, que es precisamente el disminuido porcentaje de aprobación a los políticos que determina la ciudadanía a través las encuestas. Realmente una expresión mínima de apoyo y/o reconocimiento el mundo político chileno, lo cual desvestirá posteriormente a los organismos del Estado a los que estos candidatos elegidos en las Primarias vayan a postularse siendo, algunos de ellos, elegidos. No tienen ninguna representatividad, y varios de ellos, además, se postularán al cargo de Gobernador que ni siquiera tiene bien definidas sus funciones, ya que el mismo surgió como una iniciativa para poder “calmar” los afanes de regionalización que han cundido a lo largo del país. Lo más triste es ver a varios de estos candidatos nominados a través de las primarias, con votaciones verdaderamente escuálidas, entregar declaraciones en orden a ser efectivamente representantes validados por una mayoría sustantiva. Y los partidos a los que pertenecen, pretender figurar con un apoyo que les hace declarar lo insensato; por ejemplo: que encabezarán un gran cambio a nivel del país. Es cierto: los partidos más de centro (DC y RN) acumularon más votos (dentro del misérrimo total registrado) y ello reflejaría el rechazo brindado por el electorado a los extremos políticos en la izquierda y la derecha. Pero este tipo de conclusiones requeriría una reflexión mayor, especialmente si se pudiera extraer algún tipo conclusión sobre lo que cada partido o movimiento efectivamente representa.

Pocos rostros políticos renovados y notoria inexperiencia por parte de muchos y muchas candidatos y electos. Estas primarias han puesto de relieve el rechazo que la política (más bien, debemos decir: esta forma de hacer política) encuentra en la ciudadanía. Refleja la lejanía que el ciudadano medio y sus problemas encuentran con respecto a una práctica política alejada de tales prioridades, más bien cercana al puro interés político partidista: es decir los políticos y sus grupos de interés. Efectivamente, ya no son los partidos organizaciones que promuevan un conjunto de principios y de ideas en un cierto marco doctrinario. Son grupos de interés azuzados justamente, por la idea de repartir los frutos que dan el acceso al poder y los recursos. Parece adecuado decir que los partidos no son más que clubes electorales, capaces de ponerse de acuerdo sólo en función de la manera en que se reparte el poder entre sus miembros, tanto estables como también los transitorios. Por eso la renuncia de muchos parlamentarios a sus partidos de origen es muy común, ya que el compromiso es usualmente nulo del punto de vista de los principios y programas, radicando todo en la pura repartición del poder y sus frutos en términos de recursos.

Esta situación es menos una ocasión chocarrera que motivo de una gran preocupación por el futuro de la Nación. Una clase política (Parlamento y Partidos) tan pésimamente evaluada, no es capaz de conducir al país con seriedad y trazas de estabilidad, ambos factores necesarios para la subsistencia de la democracia. Como lo muestran las discusiones en el Parlamento, lo que allí menos prima es el interés por el futuro del país, ya que todo se reduce a un juego de poder tan pequeño como transitorio. Y el país tiene retos formidables para al futuro próximo, que se encuentran con políticos desprestigiados e incapaces de avizorar y proponer salidas. Mientras tanto, las calles de las ciudades y los campos en algunas regiones del país, son presa del extremismo más violento, llegando incluso a ser campo de pre entrenados paramilitares. Del mismo modo, la discusión Constitucional que se aproxima, entregada totalmente al manejo de los propios partidos políticos, sin prácticamente ninguna opción para los independientes, llevará a una discusión sin capacidad conductora, sin afán de República y sin proyección al país que deseamos dejar a nuestros descendientes.

Hay demandas ciudadanas pendientes, especialmente en lo referido a incorporar a todos a los beneficios del crecimiento y del buen hacer económico. Eso parece haber quedado atrás, y no figurar en forma clara dentro del itinerario marcado por los políticos y sus partidos. Así como mucha población ha sido históricamente excluida de los logros económicos, ahora es la propia ciudadanía la excluida de las decisiones políticas más sustanciales, siendo ellas reemplazadas por prioridades que negocia a distancia un estamento político muy poco representativo. Por este camino, se desbarata el país en sus propósitos más esenciales, se compromete seriamente su largo plazo y levanta dudas respecto de nuestro futuro en medio de slogans, acciones festivas y declaraciones falta de talento y visión.


Prof. Luis A. Riveros

europapress