Lo que el virus se llevó

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Hu00e9ctor Casanueva (nueva)


Si Margaret Mitchell viviera en tiempos del coronavirus globalizado, tal vez escribiría una gran novela como lo fue “Gone with the Wind”, adaptada al cine en una magnífica superproducción de 1939 -que resiste muy bien el paso del tiempo, por cierto- con personajes inolvidables, hijos y reflejo de esa transición epocal, como Scarlet O’Hara o Rhett Butler, encarnados por Vivien Leight y Clark Gable. La novela retrata en profundidad cómo desaparece, a raíz de la Guerra de Secesión en Estados Unidos, un mundo construido sobre bases que se hicieron insostenibles a medida que la conciencia social y política avanzaba hacia mayores cotas de democracia, justicia y libertad, y la economía se hacía más industrial y menos agraria. La guerra civil de Estados Unidos fue el viento que arrasó no sólo con miles de vidas y hacienda, sino tanbién con un estilo de vida en los estados del Sur, un mundo que sus élites consideraban seguro, construido sobre la esclavitud, la explotación, el clasismo y la soberbia. Pero además, una ventolera que alteró el modelo de desarrollo de todo el país, trayendo nuevas formas de producción, de organización del trabajo, de la educación, las costumbres, espectativas y redistribución del poder.

La Guerra Civil de Estados Unidos fue un hito disruptivo entre un pasado y un futuro. El viento se llevó ese pasado, pero la construcción del futuro quedó suspendida en el aire, para ser asumida por una generación emergente, con liderazgos preclaros, pero también con grandes convulsiones e incertidumbre.

La aparición del SARS-cov-2 y la pandemia COVID-19 es, a escala planetaria, el hito disruptivo del presente, de la globalización desenfrenada. Un momento disruptivo que se venía larvando por lo menos en el transcurso de las últimas dos décadas. La globalización -esta globalización que conocemos- se enfermó de éxito, y el virus se la llevó.

Los efectos positivos que trajo esta globalización son indesmentibles. Los datos demuestran fehacientemente éxitos en cuanto a crecimiento económico y avance social a escala global, impulsado por una combinación de democracia y mercado (y en el caso de China, de partido único, estado y mercado), un orden mundial de contención bélica e ideológica, con un multilateralismo desarrollista, apertura comercial y mejores políticas públicas, que produjo -aún con precariedad- un inédito crecimiento de las clases medias, acceso a la educación, a la salud, mayores expectativas de vida y reducción de la pobreza.

Pero el éxito vino acompañado de la soberbia y la indolencia de las élites económicas, financieras y políticas, conductoras de un modelo de “subdesarrollo exitoso”, como bien apuntó para Chile hace años José Rodríguez Elizondo, concepto extrapolable globalmente. El exitismo ha sido la enfermedad de la globalización. Las doctrinas económicas que la acompañaron, las grandes corporaciones y la nomenclatura política local y global, se acomodaron a un status quo considerado suficiente para un crecimiento lineal, con tiempos suprageneracionales, porque los pobres pueden esperar.

El “festival del consumo” que pronosticaron algunos para la primera década del siglo XXI fue una embriaguez vertical y transversal, culpable de polución, enfernedades, deterioro mediambiental, pero sobretodo de opacidad para ocultar la desigualdad.

Con esta pandemia modelo siglo XXI, cambiarán con toda seguridad muchos hábitos, desde la higiene personal y colectiva, el contacto físico y la proximidad que mira a los ojos, hasta las metodologías de enseñanza y del trabajo. No se puede adivinar el futuro, pero sabemos por ahora que deberá haber a corto plazo una re-escalada de la economía y la seguridad social, sobre otras bases, que exigirá más y mejor estado, un nuevo y mejor multilateralismo en el que quepan China, EE.UU. Rusia, la UE, y con real voz y voto los demás, nuevas formas de producción de bienes y servicios en entornos digitales, pero sobretodo, deberá iniciar una civilización centrada en la persona, una cultura del respeto y la solidaridad como nunca la hemos tenido del todo, en realidad. De no ser así, ese futuro si que lo podemos adivinar.

Pasarán muchos años para que lleguemos a plasmar una verdadera “nueva normalidad”, que será la de la “nueva globalización”, a construir ahora con visión prospectiva. Serán necesarios nuevos líderazgos políticos, como los que emergieron en circunstancias críticas anteriores, que sepan leer el curso de la historia, entender el futuro y reencantar a las personas.

Lo que el virus se llevó, sin retorno, es la autocomplacencia ideológica y política surgida a oriente y occidente, liderazgos anquilosados y permisivos, una soberbia materialista que aparcó el espíritu, y nos embargó, por activa y por pasiva, a unos más que a otros, pero finalmente a todos, ya sea por convencimiento, por interés o por acomodo, haciendo del crecimiento económico y del mercado un fetiche, sin reparar demasiado en derechos humanos, costos sociales, culturales o medioambientales.


Héctor Casanueva

europapress