​El pasillo estrecho

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Javier Fuenzalida A


Hace ocho años atrás, Daron Acemoglu y James Robinson publicaron uno de los libros más importantes de la ciencia política: “Por Que Fracasan los Países”, en que analizan el origen del poder, la prosperidad y la pobreza. A fines del año pasado, publicaron otro importante libro: “El Pasillo Estrecho”, un examen sobre la fragilidad de la democracia, la relación entre la sociedad civil y el estado, abarcando desde la Grecia antigua hasta el presente.

Señalan que existen tres estadios de la sociedad, en un extremo el estado ausente, una institucionalidad es precaria o inexistente, propia de las comunidades antiguas, pequeñas, pero que también se ha dado en muchos países a través de la historia. En el otro extremo, se ubica estado despótico que ejerce un poder absoluto, la tiranía, y entre ambos, el estado equilibrado, caracterizado por una armonía entre la sociedad y el estado. Se supone que tal relación, el equilibrio permanecerá en el tiempo, un camino histórico ascendente pero estrecho, porque nada garantiza que sea estable. No es difícil que la sociedad se aparte de este pasillo estrecho y caiga el estado despótico o en una situación crítica en la que el estado desaparece, cayendo en una situación caótica.

No hay nada que pueda predecir cuando estos desvíos se originarán. Los pensadores han desarrollado sus teorías desde la Grecia antigua, la constitución de Salón en el siglo V a.c. a la edad moderna. Puede citarse a Thomas Hobbes (1651) quien postuló que el hombre es tan imperfecto que le es imposible convivir en forma armónica, por lo que debe existir un estado poderoso. Utilizó la figura del Leviatán, el monstruo marino del libro de Job. John Locke (1689) por su parte, teorizó sobre el liberalismo clásico en que el ser humano puede convivir en un estado armónico, con un estado limitado por la propia sociedad que maneja la ”jaula de las normas” para evitar que un grupo se apodere del poder, cayendo en el despotismo. J.J. Rousseau (1762) formuló el Contrato Social mediante el cual renunciamos a parte de nuestra libertad para entregarla a un ente superior, el estado, que velará por el bien común y la justicia, pero agrega que a mayor estado menor es la libertad, aun así, el estado debe ser fuerte. Todos concuerdan con que la institucionalidad debe contar con pesos y contrapesos para garantizar el equilibrio armónico.

Acemoglu y Robinson utilizan la figura del Leviatan para ilustrarlo. Cuando no existe el estado, o cuando producto de una crisis dejó de existir, tal situación la denominan el Leviatan ausente. Cuando el estado se convierte en una tiranía, lo denominan Leviatan despótico. Cuando se da armonía lo llaman Leviatan encadenado, para ilustrar que es la sociedad civil la responsable por la armonía y mantener a raya al estado. La sociedad es la dueña de lo que denominan la “jaula de las normas” para tal propósito. Pero ese pasillo o sendero en el tiempo es estrecho e impredecible cuando esta se rompe se cae en el despotismo o en la muerte del estado. Es un pasillo estrecho por que la democracia es frágil e impredecible. Estados Unidos desde su independencia en 1786 se ha mantenido en el pasillo, Inglaterra lo mismo, aun cuando fue sacudida por la que ellos denominan la “gloriosa revolución de 1688” a partir de la cual se ha mantenido dentro del sendero estrecho. China hoy es el caso del Leviatan despótico como lo fue Rusia (URSS) y la Alemania nazi. Ambas han retornado al pasillo estrecho. Los países latinoamericanos han entrado y salidos repetidamente.

Este comentario sobre el libro de Acemoğlu y Robinson es a propósito de la ceremonia del martes pasado sobre la presentación de los tomos V y VI de la Historia de Chile 1960-2010 escrita por un grupo de académicos de la Universidad San Sebastián. Alejandro San Francisco, el historiador y director del grupo, en su intervención señaló que todos los estudios, análisis, documentos, etc. permiten explicar el pasado pero imposible de proyectar y menos aún predecir el futuro. Citó casos desconocidos de nuestro país en que las perspectivas, expectativas, proyecciones, etc. sobre el futuro inmediato no pasan más allá de ser especulaciones intelectuales o de estados anímicos. Citó como ejemplo tres casos de nuestra historia.

Balmaceda, días antes del término de su mandato sostuvo que el país transitaba por una tranquilidad política que permitía visualizar un futuro promisorio. Algunos días después término dramáticamente con su vida y sobrevino la revolución de 1891. El congreso reformó la constitución de 1833 para instaurar una especie de república parlamentaria, que en estricto rigor no lo fue. Arturo Alessandri en 1924 después de asegurar la estabilidad política del país, algunos días más tarde renunció y salió del país. Carlos Ibáñez jamás imaginó que se produciría una explosión social los días 3 y 4 de Abril de 1957, tal como ha sucedido ahora, el gatillo fue un simple aumento de tarifas de la locomoción colectiva. El 11 de Septiembre de 1973 Salvador Allende pensaba convocar al país a un plebiscito para resolver una crisis política, murió.

No pretendo con ello pensar que los acontecimientos de octubre y noviembre pasado son la antesala de un quiebre de la democracia. Solo señalar que entre la lectura del nuevo libro de Acemoğlu y Robinson y la intervención de San Francisco el martes pasado, aumenta la preocupación por la intransigencia política que estamos viviendo y espero que los ánimos se calmen porque, lo relatado, nada nos permite inferir.


Javier Fuenalida

europapress