40 horas

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Enrique Goldfarb (columnista)Hace ya varias décadas, durante el gobierno militar, fungió fugazmente el ministro de Hacienda Luis Escobar Cerda, más político que economista, que intentó torcer el rumbo de la correcta política económica que estaban llevando a cabo los Chicago Boys. Entre otras cosas, subió los aranceles para revertir la apertura al comercio exterior, uno de los pilares de la estrategia de crecimiento. Pero lo más interesante para estos efectos, eran los fundamentos que daba a conocer a la ciudadanía para justificar tales medidas, tan llenos de errores económicos, que sirvió a muchos profesores del ramo para ponerlos como temas de pruebas y exámenes a sus alumnos, con el fin de que éstos pisaran el palito.

La reciente justificación de la diputada comunista Camila Vallejo a la iniciativa de rebajar las horas de trabajo de 45 a 40 horas semanales, me recordó a la exautoridad económica ya mencionada. Dijo Camila, que tal medida no causaría ningún problema ya que elevaría la productividad de los trabajadores, de modo que el menor tiempo de trabajo se compensaría con una mayor eficiencia. Exhibió como prueba que tal era el caso de los países desarrollados, donde se daba un aumento de productividad juntamente con la reducción de la jornada laboral. Ella vio dos variables, A y B, que convivían, y pensó que B producía A, cuando la realidad, es que A producía B. Es decir, como la productividad había aumentado en estos países, se podía rebajar la jornada o lo que es similar, aumentar los sueldos, ya que la mayor productividad lo permite, pero no que por el hecho de reducir la jornada iba a aumentar la productividad.

Para rematar, agregó que, dado que se estaba produciendo una creciente mecanización de faenas, estas máquinas aumentarían la productividad de los trabajadores. Si bien es cierto que la mecanización aumenta la productividad de los trabajadores, no es menos cierto que la aumenta para los trabajadores que logran “permanecer empleados”, ya que lo que busca esta modernización es ahorrar trabajo, por lo cual se necesita menos gente. De modo que si aumentan los salarios sin un aumento de la demanda por trabajo o sin un aumento de su productividad, los incentivos para sustituir trabajos por máquinas serían incluso mayores, lo que convertiría la medida en una ley anti empleo.

La verdad es que rebajar, sin flexibilidad alguna, la jornada laboral sería más devastador que aumentar el salario mínimo, ya que este último solo afecta a los que están en ese tramo, y en cambio, la rebaja de la jornada afecta a todos por igual. Imagínense un bar que se nutre de las ”happy hour” después de las horas de oficina y que cuando llegara la hora peak, los felices empleados le dijeran al dueño: se acabó el tiempo así que … ¡chao jefe! 


Enrique Goldfarb

europapress