​U. Adolfo Ibáñez: golpe a la cátedra

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Enrique Goldfarb 1SEMANA


Literalmente, la Universidad Adolfo Ibáñez, conjunto de cátedras y mucho más, acaba de dar un golpe a la cátedra, inédito, audaz, pionero y enaltecedor. Entrampada por la desafortunada medida de la gratuidad de Bachelet II, escapó con lo mejor que podría suceder y que seguramente, a la izquierda que ideó esta estrategia de estatizar la educación, no le debe gustar nada.

No renunció a la gratuidad, pero tampoco a rebajar la calidad de la institución. Sabido es que la famosa gratuidad estatal de la educación superior prohíbe a las universidades que adhieren, a cobrar a los alumnos por la educación que reciben. Pero este aporte está claramente por debajo del costo en que incurren esos establecimientos para impartir enseñanza. El año pasado un estudio estimó dicho déficit en $ 17mil millones, unos US $ 25 millones. Es como el Transantiago, que inicialmente estimaba una densidad de 1 metro cuadrado por pasajero. Como la plata alcanzaba para la mitad, los usuarios debieron acostumbrarse a viajar, en medio metro cuadrado, como sardinas. Aquí la sardina es la calidad de la educación, la capacidad de pagar por buenos profesores, de hacer investigación, en fin, de crear.

¿Cómo lo hará la UAI? Renunciando a la gratuidad estatal y ofreciendo, voluntariamente, una gratuidad propia. ¿Pero cómo se financiará ya que el Estado no le dará ni un peso? Con subsidios cruzados, los alumnos que pagan por su educación deberán financiar a los estudiantes de los primeros seis deciles que obtendrán la gratuidad con fondos de la misma universidad.

La izquierda que veía lucro por todos lados, como el demonio mismo, se encuentra así con una entidad que, por supuesto, no persigue fines de lucro, ya que si así fuera, en vez de financiar a los estudiantes pobres, repartiría dividendos.

Pero con todo lo encomiable que es esta política, no es su punto más brillante. Le demostró a la izquierda, cómo debe ser una política educacional inclusiva: No sacrificar calidad por cantidad, que los alumnos con capacidad económica paguen por sus estudios, y tercero, seguramente los que reciban gratuidad deberán tener los méritos para justificar el tremendo sacrificio económico que hace la institución. Es decir, serán seleccionados entre los más aptos. Un poco, la filosofía de Ayn Rand.


Enrique Goldfarb

Economista

europapress