​La Pesadilla de María Eugenia: Gig Economy

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Harald Ruckle

María Eugenia esta exasperada. Su hijo de 28 años, Ingeniero Comercial de la Católica, renunció voluntariamente hace tres años a su cargo de analista financiero en un prestigioso banco. ¿Para hacer qué? Enseñar contabilidad en un liceo técnico, poner música como DJ en matrimonios y participar en algunos proyectos temporales de su ex empleador. Más encima se dedica a recorrer Asia, cuatro meses por año, con su pareja conviviente. Cuentan sus experiencias en “Lonely Planet”.

La polola (muy “dije” por cierto), cuando están en Chile, ofrece clases particulares de Ingles, importa textiles de lugares visitados, elabora y vende galletas con sabores exóticos. A veces incluso, ¡trabajan como choferes de Uber y arriendan la pieza de invitados con Airbnb! Dicen que disfrutan su libertad, la vida es para vivirla y aborrecerían la monotonía de un trabajo como “esclavo”.

Su marido, otro caso insólito. Tiene una vasta experiencia como ejecutivo exitoso pero, después de una re-estructuración en la multinacional, no volvió a buscar un puesto gerencial. Dice que no quiere más tacos y menos un jefe, y goza su tiempo libre para pasear con sus amigos motoqueros. Realiza asesorías, compra y arregla departamentos antiguos y es consejero en la empresa de un amigo. Que irresponsable, piensa María Eugenia, especialmente que podría trabajar en la empresa grande del primo José Tomas. Según el esposo querido, cuando pille algo prometedor, quizás (¡y solo quizás!) lo convierte en un negocio escalable. Un milenial un poco viejo, sentencia María Eugenia.

Ya se contaminó la hijita de 18 años. En lugar de concentrarse en la PSU, pasea los perros de los vecinos y tiene un sitio web para ofrecer sus servicios de baby-sitting. Tan desubicada, hasta pone en duda si vale la pena entrar a la universidad.

Sin hablar de su asesora de hogar, la nana como se decía antes. Hace unos meses declaró que prefiere tener 4 clientes que una patrona. Dice que gana más, la aprecian mucho, y sale más temprano de cada casa. Si algún contratante “se le cae”, la flamante emprendedora dice sostenerse con los tres que quedan, mientras busca el re-emplazo, ojala más rentable que el anterior.

Para colmo, en la empresa donde trabaja María Eugenia (a esta altura la única en la familia con un trabajo verdadero) han empezado contratar “free-lancers”. Y no solo para tareas esporádicas, sino para actividades permanentes como en publicidad y servicio al cliente. Dice el gerente que por hora cuestan más, pero solo se pagan las horas precisas y sin los considerables costos indirectos que causan los empleados. Ni escritorio necesitan. Aparentemente se esfuerzan mucho, se mantienen siempre actualizados, y no se sindicalizan.

A María Eugenia, este extraño nuevo mundo le parece, que espanto, como vivir de los reminiscentes “Tecitos Tupperware”. Aunque admite que su cuñado, desempleado durante décadas, hoy consigue bastantes trabajos temporales con TaskRabbit; por fin aportando algo a la casa de su sacrificada hermana.

Pero no, el mundo está loco. ¿Cómo se podrá tener hijos y educarlos en buenos colegios? ¿Qué pasará con las pensiones y la salud? ¿Los ascendientes beneficios laborales de trabajar en una “empresa de verdad”, finalmente destruirán los “empleos de calidad”?

Ella nunca ha estado interesada en “políticas públicas”. Ahora le entra la duda. ¿El gobierno y los políticos deberían tomar cartas en este amenazante fenómeno?

Por el otro lado, reflexiona María Eugenia, tengo hartas amigas para organizar tecitos y venderles algo. Me dejaría tiempo para un tenis matutino sin tener que pelear las canchas. Y capaz me contraten como profesora de tenis. Los alumnos amarán mi jugo natural casero.


Harald Ruckle

Chartered Director del Institute of Directors UK

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